Capítulo 9 Final

9.

Cuando una ventana se abre.

(Recuerdos 2).

 

Los sueños. Los sueños son parte de nuestra vida cotidiana. No podemos salir a la calle sin tener un sueño por cumplir algún día, están en nuestra cabeza todo el tiempo y no se mueven, solo se quedan ahí esperando a algún día convertirse en realidad. Pero hay otro tipo de sueños. Están esos sueños que nos dicen que debemos dejar de beber o fumar, esos sueños que nos dan instrucciones claras de que hacer con nuestras vidas, sueños que nos aterrorizan con asesinos o monstruos, pero hay otra clase de sueños que no son tan comunes, esos sueños que te regresan al pasado para que estés alerta de todo lo que va a suceder. Y no son solo una alerta, también son algo que hemos reprimido durante mucho tiempo. Según Sígmund Freud, a lo largo de la historia, hubo tres grandes humillaciones. El descubrimiento de Galileo que no somos el centro del Universo; el descubrimiento de Darwin que no somos la corona de la creación; y su propio descubrimiento que no controlamos nuestra propia mente. Lo que significa que no son más que manifestaciones del inconsciente, y, por tanto, por más que queramos dejar de soñar con algo simplemente no podemos evitarlo.

Marcos tuvo un sueño anoche. Soñó con la vez en que se despidió de sus padres. Soñó con la vez que conoció a su mejor amiga Adriana y también soñó con la vez que conoció a una chica transgénero llamada Ana. Pero sin duda el sueño más impactante que tuvo Marcos esa noche, fue cuando soñó una fiesta que había dado un conocido llamado Joel Gutiérrez hace algún tiempo después de la desaparición de Ana. Marcos se encontraba teniendo relaciones con un sujeto en el baño con la puerta abierta cuando vio a Alan, el chico asesinado, quién entró al mismo baño donde estaba Marcos y su acompañante. Minutos más tarde, Marcos salió del baño y volvió a ver a Alan conversando a gritos con un sujeto, Jesús. Marcos se encontró con otro sujeto y comenzaron a besarse mientras, a lo lejos, oía lo que discutían Jesús y Alan. Jesús le reclamaba a Alan algo que Marcos no entendía muy bien ya que él estaba en sus asuntos, pero lo que si recuerda fue cuando mencionaron a Ana.

—¡Ya te dije que no la he visto! Hace ya más de dos semanas ella terminó conmigo y jamás me volvió a llamar —dijo Alan aquel día.

—¿Ves a ese sujeto? —Dijo Jesús y señaló a Joaquín—. Ese sujeto es su hermano y si no me dices donde está entonces él va asesinarte y va a asesinar a cualquiera que se allá involucrado con ella con tal de acabar con el responsable de su desaparición.

Claramente a Marcos no le importó lo que estuvieran platicando aquel día, ya que había muchas llamadas Ana y Marcos había terminado con la única que conocía hace apenas cuatro días.

Marcos despertó de su sueño. Se encontraba en un consultorio ya que había pedido una sesión de hipnosis. Marcos se sintió cómo si tuviera resaca y alguien lo hubiera golpeado durante mucho tiempo. Miró el reloj digital que tenía la doctora en su buro y se puso de pie.

—Tengo que irme —dijo Marcos con una voz muy baja.

—Marcos, no te puedes ir ahora mismo. Sí en realidad quieres saber todo lo que significan tus sueños entonces necesito que te vuelvas a acostar en ese sofá —dijo la doctora.

—Claro doctora. El caso es, es que ya no quiero saber nada más acerca de esos sueños. Lo único que han traído a mi vida desde hace unos meses han sido problemas. Y la resurrección de una persona.

La doctora lo miró preocupada.

—Tú y yo sabemos que tal cosa es imposible. Siéntate y cuéntame todo lo que ha pasado desde que has empezado a soñar con el pasado, te aseguro que hallaremos una solución —dijo la doctora sonriendo.

Marcos tomó asiento y colocó sus manos en sus rodillas, miraba todo lo que estaba alrededor. Marcos miró fijamente a la doctora.

—¿Alguna vez ha sentido miedo dentro del mismo miedo doctora? —Preguntó Marcos—. Yo sí. ¿Cree poder ayudarme con eso?

La doctora se quedó mirando el lenguaje corporal de Marcos y guardó silencio absoluto a su pregunta.

—Eso me temía —dijo Marcos y se puso de pie—. Yo pagare la sesión completa, no se preocupe.

Marcos salió del consultorio y la doctora se quedó en silencio.

 

Al día siguiente estábamos todos en Starbucks, incluso María y Alberta. María trataba de animarnos para ir a una fiesta mañana 24 de diciembre en un salón de fiestas de dos pisos en el que habrían DJ’s, mucho alcohol y mucha gente que conocíamos y que queríamos conocer. Pero todos teníamos nuestras razones para no estar de humor para una fiesta ya que Gilberto seguía enojado con Marcos, Alex y conmigo, yo estaba indeciso sobre si debía contarle a Paul la verdad o no sobre lo que pasaba con David, Adriana estaba preocupada ya qué Jesús llevaba días desaparecido y las únicas con ganas de fiesta eran María y Alberta.

  —¡¿Qué pero que mierda les está pasando a todos ustedes?! Llevamos mucho tiempo sin salir todos juntos, ¡Es hora de que volvamos a divertirnos cómo antes! —Exclamó María furiosa.

—¿Qué no te das cuenta María? Las cosas ya no van a volver a ser como eran antes, las cosas han dado un giro inesperado. Simplemente ya no volverá a ser igual —dijo Adriana.

En ese momento sonó el teléfono celular de Alberta y se alejó.

—Ahora sí. Ya deja de fingir que quieres salir con nosotros y dinos cuál es la verdadera intención de esa fiesta, ¿La Navidad? No lo creo, sabemos que eres atea —dijo Gilberto.

—La verdad es que mañana también es el cumpleaños de Alberta y pues ya que se ha recuperado del todo de su adicción a la drogas quería darle una sorpresa con juegos artificiales y mucha música —dijo María.

—María en serio no es un buen momento. No sabemos dónde está Jesús, Adriana está embarazada y Marcos, Gilberto, Alex y yo no estamos de humor para salir a una fiesta juntos —le dije a María.

—¿Y si no están de humor para verse las caras entonces que mierda hacen tomándose un capuchino aquí? —Preguntó María.

Todos nos miramos sin tener nada que decir y Gilberto se puso de pie. Tomo su abrigo y su café y miró a María.

—Por una estúpida tradición que ya no tiene ningún sentido —respondió Gil—, todos decidieron joderlo.

Gilberto se fue enfadado.

—Esa fiesta tuya, ¿Qué tanto alcohol va a ver? —Preguntó Marcos.

 

Tiempo después llegué a casa con jaqueca por todos los problemas que estaban en curso. Y me puse a recordar, ¿Qué fue lo que nos unió tanto como amigos? Y lo recordé, fue culpa mía. Hará ya hace unos tres años cuando sucedió lo que considero mi primer amor y también mi primer error. Estábamos los cinco, Marcos, Gilberto, Alex, Adriana y yo, sentados en la misma mesa de Starbucks en la que nos sentamos siempre. Yo acababa de terminar con mi novio por qué decidió que podía conseguirse algo mejor que yo. Yo estaba prácticamente hecho mierda, llorando con los ojos rojos y temblando. Mis amigos esa tarde se comportaron como ningún otro grupo de amigos.

—Y yo estaba ahí, de rodillas rogándole que no se fuera, que en realidad lo amaba y que sí se iba me iba a morir —les conté aquel día.

—Oh Andy, vaya mierda. ¿Y qué te respondió él? —Preguntó Alex.

—Pues lo que dicen las personas estúpidas cuando se aburren de tener una relación con alguien, ya saben, ‘‘No eres tu soy yo’’ —conté.

—Ah por favor. Esa es la excusa típica de las personas sin corazón. Solo te enredan en sus dulces besos, dándote cariño, enamorándote a lo pendejo para qué al final descubras que todo, era mentira —dijo Adriana tomando de su café.

 —Lo peor es que yo me creí todo lo que me decía, y él, obviamente, nunca se tomó en serio mis sentimientos —dije y rompí en llanto—, lo que sucede es que, ya no imagino cómo van a ser mis días sin él.

—Andy, yo sé que cuando terminas tu primera relación duradera te sientes cómo si te fueras a morir, no quieres salir, no quieres ver a nadie y sientes que no vas a encontrar a alguien como él. Pero créeme que vas a encontrar mejores y desgraciadamente, peores —dijo Marcos.

—Y cuando eso te suceda nosotros vamos a estar aquí para ti, no importa que compromiso tengamos o que estemos haciendo. Siempre vamos estar juntos por ti —dijo Gilberto.

—¿Es una clase de promesa? —Les pregunté.

—No es una promesa. Es un juramento, y no solo contigo, sí no que lo hagamos cada vez que alguien tenga un problema —dijo Adriana.

En ese momento sonó el timbre de mi teléfono celular y deje de recordar para contestar, era David, quería verme. Sabía que no debía contestar pero es que me moría de ‘‘ganas’’.

 

A Arturo Guzmán, novio de Ana, no le gustaba que le guardaran secretos y nadie lo sabía mejor que Ana. Se dio cuenta cuando Ana le mintió acerca de su edad la vez que se conocieron, lo supo aún más cuando dijo que sabía hablar alemán, y lo confirmó cuando le confesó que estuvo involucrada en un crimen del cual jamás le había dicho nada más. Sí, a Arturo no le gustaban las mentiras y cuando él sabía que le estaban mintiendo, como buen criminólogo que es, decide buscar la verdad por su propia cuenta. Ese día, Arturo pidió el expediente de Ingrid, o mejor conocida como Ana, quién en realidad es Rodrigo Berríos y grande fue su sorpresa al ver que él no solo era cómplice de algún crimen que Ana había cometido en el pasado, sí no que también era cómplice de su falsa muerte.

 

Arturo descubrió que él crimen que Ana había cometido era más bien complicidad en un asesinato que había cometido uno de sus hermanos hace ya varios años, ¿Quién había sido la victima? Nada más y nada menos que su mismo padre. Ana y su hermano Joaquín ocultaron el cuerpo enterrándolo en un terreno baldío en Ciudad Juárez que años después sería descubierto por las personas que adquirirían el lugar. Claro que para ese entonces Ana y su hermano ya estaban viviendo en otro lado pero aun así su madre levantó cargos contra ellos.

Arturo simplemente no comprendía que tenía que ver todo eso con la desaparición del novio de Adriana y con Marcos. Él jamás había escuchado esos nombres, claro, la palabra ‘‘jamás’’ se desvaneció de su mente cuando recordó que un tal Marcos había sido el principal sospechoso de haber asesinado a Alan afuera de un edificio de departamentos. Arturo inmediatamente localizó a sus contactos para que le mandaran el expediente de Marcos pero jamás encontró nada que fuera sospechoso o que se relacionara con Ana. Claro que esto no significa que hubiera tomado con poca seriedad el expediente de Marcos, ya que encontró que días antes de que Ana Berríos desapareciera, Marcos compró un boleto a Brasilia para visitar a su madre moribunda, cosa que era verdad.

Arturo no ataba todos los cabos.

 

Ana y Joaquín por teléfono.

—¿Ya depositaste mi dinero? Dije que no quería retrasos, voy ahora mismo al banco así que más te vale haber cumplido —dijo Ana.

—Tranquila mujer. Todo el dinero ya está depositado. Soy un hombre de palabra, tu cumpliste entonces yo también tenía que cumplir —respondió Joaquín—. Pero tengo una duda.

—¿Qué clase de duda?

—¿Qué le hiciste a Jesús? Digo, no es que me importe si esté vivo o no pero me interesa saber sí por lo menos sufrió lo suficiente.

—Yo solo hice lo que tenía que hacer. Además, ¿Por qué la pregunta? ¿Qué te interesa? ¿Qué te hizo? —Preguntó Ana.

—Pues él fue durante mucho tiempo mi principal sospechoso.

—¿Principal sospechoso de qué?

—De haber asesinado a mí hermano. Y bueno ya que voy a terminar con la existencia de Marcos quiero asegurarme que hasta el último sospechoso de haberlo asesinado esté muerto —dijo Joaquín.

—¿O sea que en serio tú, eres, quién ha estado…? —Preguntó Ana.

—Bueno, no exactamente yo he hecho todo eso. Tengo contactos, contactos que se encargan del trabajo sucio. Díganos que es lo menos que puedo hacer por haberme salvado una vez la vida.

—¿Y por qué no mejor investigar y después actuar? ¿No sería más fácil en vez de estar matando gente por ahí? —Preguntó Ana.

—Un hombre fuerte y mexicano, Doroteo Arango, dijo alguna vez: ‘‘primero mato, luego averiguo’’ —respondió Joaquín.

—Ya veo —concluyó Ana.

 

Jesús se encontraba soñando. Se encontraba soñando con lo que sucedió después de que Ana le contara la verdad. Jesús recordó que se fue muy molestó a tomar un café donde tuvo tiempo para pensar que sería lo que haría. A Jesús le pareció una estupidez dejar ir a alguien que amaba por el simple hecho de haber nacido en otro cuerpo y qué quizás, con el tiempo, podría acostumbrarse a esa vida. Esa noche, Jesús regresó a casa y encontró una nota sobre la mesa en la que se despedía de él para siempre.

Al poco rato, sonó el teléfono y al contestar Jesús, escuchó la voz de su entonces cuñado. Joaquín. Joaquín sonaba muy alterado y le mencionó a Jesús que acababa de recibir una llamada anónima en la que le dijeron que su hermana estaba muerta, claro qué al principió Jesús no se lo creyó hasta que escuchó un mensaje de voz en el que Ana sonaba como si se fuera a suicidar y culpaba al ‘‘amor de su vida’’ de obligarla a hacerlo. Algo sucedió con ese sueño que hiso despertar a Jesús. Jesús abrió los ojos y miró el techo, era el techo blanco de un hospital. Jesús notó que tenía aparatos conectados a él y tenía vendaje en la cabeza, fractura en el brazo izquierdo y un collarín puesto.

En ese instante entró una enfermera y un doctor.

—¡Se lo dije doctor, ha despertado! —Exclamó la enfermera.

—Sí, ya veo es evidente. ¿Cómo pasó esto? —Dijo el doctor confundido—, necesitamos examinarlo.

Minutos después le habían contado a Jesús que había estado en estado de coma por casi dos días y que lo habían encontrado gracias a una llamada de emergencia anónima.

—¿Dónde está? —Preguntó con esfuerzo Jesús.

—¿Dónde está quién? —Preguntó el doctor.

Jesús intentó ponerse de pie pero el doctor se lo impidió debido a su delicado estado de salud.

—¡¿Por qué tanta prisa?! Necesitamos que nos digas quién eres para poder llamar a algún familiar o algún conocido —dijo el doctor.

—No tengo a nadie, no me interesa. Debo irme, la vida de alguien está en peligro —dijo Jesús e intentó volver a levantarse.

El doctor al escuchar eso se quedó muy preocupado. Pensó que se trataba de una posible contusión cerebral ya qué creía que lo que Jesús había dicho no eran más que alucinaciones.

—¿Me va dejar ir? Necesito algo de ayuda —dijo Jesús.

—No, me temó que no puedo dejarte ir. Estuviste inconsciente durante casi 48 horas, tienes dos fracturas y una posible contusión. No te irás de aquí por lo menos hasta echar un vistazo a la lista de personas desaparecidas últimamente, —dijo el doctor—. Te recomiendo que te relajes, todo va estar bien. Ten, toma esta píldora, te hará descansar.

Jesús fingió tomarla y la escondió debajo de su lengua.

 

Gilberto nunca había sido una persona que se enfadara con sus amigos, y cuando se enfadaba no era de esos tipos que gritaban, era más bien de esos tipos que te torturaban emocionalmente. Ya habían pasado dos días desde que Gilberto encontró a Alex besándose con Marcos y desde entonces no se habían dirigido la palabra. Lo más cercano a una plática que habían tenido fue cuando Alex le preguntó a Gilberto que de qué deseaba la pizza que ordenarían. Esa noche, antes de noche buena, estaban Gertrudis, Alex y Gilberto mirando una película en la televisión de María Félix, Gertrudis estaba sentada en medio del sofá y tenía un pañuelo en la mano y estaba encantada con la película, Gilberto estaba de lado izquierdo fingiendo mandar mensajes de texto con su móvil, y Alex no sabía cómo remediar lo que le había hecho a Gilberto. Al fin había acabado la película y Alex y Gilberto ayudaban a Gertrudis a limpiar los tazones en los que habían comido palomitas. Gertrudis, a pesar de su enfermedad, notó que algo pasaba entre Gilberto y Alex, ya que antes siempre estaban riéndose de todo y aprovechándose de la enfermedad de ella.

—Muchachos, ¿Podrían ayudarme? —Preguntó Gertrudis y ellos la miraron—. Hay algo que no comprendo, ¿Qué carajos les está pasando?

—¿De qué estás hablando tía? —Preguntó Gilberto con una sonrisa.

—Bueno, es obvio que algo les sucede, no se han dirigido la palabra en todo el día e igual fue ayer. Y si hay algo en que pueda ayudarlos entonces yo soy toda oídos, después de todo, en menos de dos horas ya no me acordaré de nada.

—Tía, en serio no está sucediendo nada, todo en orden —dijo Gilberto.

Los tres se miraron confundidos.

—¿Quiere saber en realidad lo que está pasando? —Preguntó Alex.

—¡Alexander! —Exclamó Gilberto tratando de detenerlo.

—¿Qué? Sí ya todo el mundo sabe lo que te hice no veo por qué ella no deba de enterarse. Bien, él se besó con mi ex novio que también es nuestro amigo y después yo lo besé y después me acosté con él. ¡Ya está! Soy una puta ¿O qué? —Dijo Alex y se retiró.

Gertrudis se quedó confundida por lo que Alex había dicho, pero los años le habían enseñado a Gertrudis que todo tiene solución, menos la muerte. Gilberto se sentó en la barra de la cocina con la mirada abajo.

—Perdón que hayas tenido que escuchar esto tía —se disculpó Gilberto.

—¡No! No tienes nada de que pedirme disculpas. Yo no entiendo mucho a los jóvenes de hoy y mucho menos a los jóvenes con distintos gustos pero sí sé una cosa. No importa lo que pase en una amistad, siempre se puede arreglar —dijo Gertrudis.

—¡¿Cómo?! ¿Cómo lo hago? No sé si podré aceptar sus disculpas, me lo ha pedido tantas veces que siento que a la próxima que lo haga le diré que los perdono, solo para hacer que se calle.

—Déjame contarte una historia que nos sucedió a tu abuela y a mí en la preparatoria. Yo estaba saliendo con un muchacho algo simpático y educado y que deseaba acostarse con mi hermana, pero tu abuela no quería hacerlo por qué sabía que eso me rompería el corazón. Pero un día él logró convencerla y tiempo después yo me enteré. No me enojé con tu abuela ni con aquel chico, lo único que podía pensar era en ¿Cómo pude ser tan estúpida como para estar con alguien que no valía la pena? Quizás no era para mí. Y gracias a eso, tu abuela y yo nos dejamos de hablar durante varios meses, casi un año, y siempre me voy a arrepentir de haber perdido ese tiempo tan valioso con ella, sí hubiera escuchado sus argumentos hubiéramos estado más tiempo juntas de lo que estuvimos normalmente. Es mejor perdonar y olvidar Gilberto, nunca se sabe cuándo las personas que te quieren ya no van estar allí para ti y no podrán escuchar lo que en realidad sientes por ellos.

Gilberto sabía que su tía Gertrudis tenía razón. Gilberto estaba enfadado por algo que no se había significado nada para él y notó que estaba a punto de perder una valiosa amistad por un insignificante beso. Gilberto se dirigió a la alcoba de Alex y notó que Alex estaba sentado en su cama mirando por la ventana. En la ventana se veían las estrellas y la luna, eran la única luz que alumbraba la habitación. Gilberto se sentó junto a él y contemplaron juntos las estrellas por un momento.

—¿Qué es lo que quieres? —Preguntó Alex.

—Ya sabes que es lo que quiero —respondió Gil—. No quiero que me vuelvas a pedir disculpas ya que soy yo quién debería disculparse por esa absurda cosa. ¿Me disculpas?

Alex volvió a ver las estrellas y después regreso su mirada a Gilberto dándole una sonrisa con la que aceptaba sus disculpas.

 

—¿Dónde coño te habías metido?

Me preguntó Paul al abrir la puerta de mi casa. Paul había llegado justo en el momento en que me iba a ver a David, fue como si Dios me hubiera mandado una señal de que debía de detener este problema de una vez por todas, ya que mientras Paul esperaba mi respuesta, atrás de él apareció David con una botella de champán. Genial, era más que obvio que esta noche iba ser muy complicada, aunque muchos la habrían calificado como interesante.

—¡¿David?! ¿Qué haces aquí? —Pregunté.

—Bueno pensé en que mejor nos podríamos quedar en tu casa en lugar de ir a… —dijo David y yo lo interrumpí.

—¡Sí! Tienes razón, puedes ayudarme con mi página web después y ahora podríamos ver una película, pero cómo podrás ver ¡Mi novio! —Exclamé— está aquí, en mi casa. Conmigo.

Al parecer David no había logrado reconocer a Paul.

—¡Oh! Mierda, Paul, ya no me acordaba de ti —dijo David.

—¿Nos conocemos? —Preguntó Paul.

—Algo así, una vez nos vimos en Boys, pero fue algo muy rápido por eso no nos acordábamos —dijo David—. Bueno, me voy.

—¡Espera! —Exclamó Paul—. ¿En verdad es una botella de Dom Pérignon? ¿Por qué no te quedas y vemos una película o hacemos algo aquí? Los tres, juntos.

Me dio mucho miedo la forma en la que había dicho eso Paul. Paul miró a David, yo miré a Paul, y ambos me miraron. No me quedó más que acceder al plan de Paul.

Y ahí estábamos una hora después viendo El Príncipe y la Corista, de Marilyn Monroe, sentados en el sillón con un silencio incómodo. Paul estaba sentado en el centro y yo tenía mi brazo abrazándolo mientras al mismo tiempo le tomaba la mano a David. No sabía cómo salir de este lío. Cuando se acabó la película creí que esto ya se había terminado y nadie había resultado herido, así que me puse de pie y me dirigí al baño donde pensé en las cosas positivas y negativas de cada uno. Paul era tierno, bueno en la cama, amoroso y con dinero. Pero David era dulce, más que bueno en la cama y no era tan mayor a mí. Me puse a pensar en cómo me había metido en todo este rollo hasta que recordé que había dejado a mi novio en la sala de mi casa sentado en el mismo sofá en el que también estaba mi amante. Salí de inmediato pero al salir no fue una pelea lo que encontré, tampoco fue una discusión amable o severa lo que escuché. Lo único que vi y escuché fueron besos, besos entre Paul y David. No me lo creía y decidí acercarme más.

—¡¿Qué carajos creen que están haciendo?! —Les pregunté.

Ambos se dejaron de besar lentamente y me miraron sonriendo. Yo, confundido, di un paso hacia atrás y ellos extendieron sus manos proponiendo que me acercara a ellos. No sabía si era una trampa o era más bien una broma pero no era nada graciosa. Tomé sus manos y me sentaron en medio de ellos.

—¿Lo deseas? —Preguntó David.

No supe que responder y simplemente lo besé lo que daba a entender que sí, lo deseaba. Paul comenzó a besarme en el cuello y sus manos comenzaban a rozar mi entrepierna, mientras David me seguía besando y tomó mi mano para que le tocara su pene. Segundos después nos dirigimos a mi habitación donde quisimos seguir con lo que empezamos en la sala. Pero mientras Paul me besaba y David se quitaba los pantalones, yo sabía que sí hacía esto lo único que haría sería complicar más las cosas. Así que me levanté bruscamente de la cama y ellos me miraron confundidos mientras yo casi rompía en llanto.

—¡No me hagan esto! ¿Ok? —Les dije.

—¿Qué? ¿No te hagamos qué? —Preguntó Paul.

—No me hagan… no me hagan primero besar a uno y después besar a otro, no sé qué elegir, ambos besan bien, pero no me hagan besar más a uno que a otro. O beso a uno o beso a otro. Tengo que decidirme.

—¿Eso significa que no seguiremos verdad? —Preguntó David.

—No, no. Esta noche no. Ni esta ni ninguna otra noche. Ahora creo que deberían irse a sus casas y ya nos veremos después, ¡Por separado! — Les dije y les abrí la puerta de mi cuarto.

Mientras cruzaban esa puerta ambos se despidieron de mí con un beso. Y cada uno de esos besos había sido genial. Simplemente no podría decidir entre los dos.

Estaba en crisis. Intenté llamar a Gilberto pero no me contestó.

 

Arturo estaba dispuesto a conseguir la verdad que su pareja escondía. Y ya que Ana se negaba a contárselo, Arturo decidió buscarla por su propia cuenta. Ese día, 24 de diciembre, al medio día, Arturo decidió seguir a Ana a cualquier lugar a donde se dirigiera. Ana fue al supermercado, fue a la lavandería, y fue a recoger un depósito del banco. Nada de las cosas que Ana había hecho durante esa mañana le habían parecido sospechosas a Arturo, pero no fue sí no hasta que Ana se dirigió al edificio de departamentos donde vivía Jesús. A Arturo le pareció muy extraño y se quedó ahí observando desde su auto.

Adriana abrió la puerta principal y vio a Ana con una canasta llena de panques y jalea de fresa.

—¡Ana! ¿Qué, haces, aquí? —Preguntó Adriana confundida.

—Me enteré por ahí que Jesús lleva ya muchos días desaparecido y se me hiso una buena idea venir a ver como estabas —dijo Ana sonriendo—. Y te he traído panqués, ¿Puedo pasar?

Al poco rato, Ana ya estaba dentro de nuestro departamento platicando con Adriana. Ana fingía estar preocupada por la desaparición de Jesús y por el embarazo de Adriana.

—Mis más sinceras disculpas Adriana, pero así es Jesús, es algo que debes saber de él. No le gustan los compromisos ya que le dan miedo, siempre anda huyendo de sus problemas, como las ratas —dijo Ana.

—Es que no lo entiendo. Todo iba de maravilla, no sé a dónde se pudo haber ido y no creo que se haya marchado así sin más, ya que he entrado varias veces a su departamento y todas sus cosas siguen en el mismo lugar. No sé a donde haya ido —dijo Adriana.

—¿Has entrado a su departamento? —Preguntó Ana preocupada—. Pero creo que eso es algo ilegal, ¿O no? ¡Bueno! Claro que eres su novia pero quizás por eso mismo se fue, quizás estabas dándole muy poco espacio para respirar.

—Qué no, créeme, en serio él no haría eso lo conozco muy bien, y las cosas que tú me dices de él son muy confusas para mí, es como si estuvieras hablándome de alguna otra persona que no conozco. Y entré a su departamento por qué él me dio una llave para emergencias. Y supongo que esta es una emergencia.

—Supongo. Pero créeme guapa. Te lo estoy diciendo en serio, él siempre ha sido así y cuando pase el tiempo y no haya vuelto te darás cuenta —dijo Ana.

Adriana se quedó callada, sospechando.

—Y antes de que comenzaras a salir con Jesús, ¿De cuánto tiempo atrás lo conocías? —Preguntó Adriana.

—Um… —dijo Ana pensando—. Técnicamente lo conocí cuando tocaba en un Pub que era propiedad de alguna tonta exnovia que había tenido y después me enteré que Jesús la abandonó un día así sin más ni más. Nunca se le volvió a aparecer, ¿Por qué? No sé. En fin, nos conocimos en una noche de invierno y hacía bastante frío así que cuando terminó de tocar con su grupo yo me salí del lugar y el salió a fumar un cigarro cuándo notó que yo tenía frío y entonces me dio su abrigo de lana y así nos conocimos. Nada del otro mundo.

Adriana se quedó esperando más historia con una sonrisa y cuándo vio que Ana había terminado de contar, Adriana, simplemente, tomó de su taza de café. Adriana no se había creído nada. Todo era mentira.

—Entonces… ¿Así fue como pasó eh? —Preguntó Adriana.

—Sí. Muy romántico, ¿No te parece? —Dijo Ana sonriendo.

Era obvio que Adriana no se había creído ni una palabra de lo que Ana había dicho, ya que, Jesús una vez le contó cómo fue que conoció a su novia que resultó ser transgénero. Adriana se moría de ganas de decirle a Ana que estaba mintiendo. Pero decidió dejar que Ana siguiera con su mentira haber hasta donde llegaba.

—Él me amaba mucho —dijo Ana suspirando.

Adriana ya había llegado al límite con esa frase que Ana había dicho.

—Creo que ya es hora de que te vayas. Tengo que ir a mi trabajo, comprar unas telas, y ya sabes todas esas cosas aburridas. En serio fue todo un gesto que hayas venido —dijo Adriana poniéndose de pie.

—Oh desde luego, estoy tan preocupada por Jesús tanto como tú y tus amigos. Sí te enteras de algo por favor, llámame. ¿Puedo utilizar tu baño antes de irme? —Preguntó Ana.

Adriana le indicó la puerta del baño. Ana entró y salió de inmediato, aprovechando que Adriana se encontraba lavando las tazas de café, Ana entró a la recamara de Adriana y se puso a buscar la llave de Jesús.

Después de un rato de buscar en todos lados parecía no encontrar nada hasta que decidió mirar en la caja de toallitas femeninas que Adriana tenía debajo de su cama. Y en efecto, ahí estaba la llave del departamento de Jesús. Ana salió de inmediato del cuarto y fingió cerrar la puerta del baño. Ana salió a prisa del edificio y escondió la llave en su bolso. Arturo, solo notó que Ana guardó algo en su bolso.

En ese momento, sonó el móvil de Arturo. Él contestó.

—¿Hola? —Dijo Arturo contestando su teléfono.

—Hola Arturo soy Gabriel de la estación de policía. Encontré lo que tanto querías, tengo toda la información que hacía falta en el expediente de Rodrigo Berríos quién se ocultaba bajo el nombre de Ana Alba Berríos que a su vez se ocultaba bajo el nombre de Ingrid Reséndiz.

—¡Sí, sí! Eso ya lo sabemos, quiero que me digas lo que dice, no tengo tiempo para jueguitos —dijo Arturo.

—Pues no es nada bueno. Aquí dice que este sujeto o esta chica, comenzó a ser buscada por la policía desde hace algunos años cuando se reportó su desaparición en Ciudad Juárez. Al parecer después de haber sido cómplice de un asesinato, también se vio involucrada en asaltos a varios negocios y hasta a algunos bancos. ¡Y no solo eso! Alguien más la acompañaba, quién al parecer era la cabeza del equipo.

—¿Pero para que iba querer tanto dinero? —Preguntó Arturo.

—Pues antes de robar todos esos bancos aún era hombre y después de todos esos líos se convirtió en mujer, un procedimiento muy costoso. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Preguntó Gabriel.

—Sí. Y bueno, ¿Quién era esa otra persona que acompañaba a Ana?

—Yo no diría que la acompañaba ya qué solamente le daba órdenes y ella las cumplía pero cuando Ana tuvo suficiente dinero cómo para operarse decidió alejarse de su lado. Y este sujeto a quién buscan por asesinato es su hermano, el cerebro del dúo.

—¿Su hermano? ¿Y dónde está? ¿Qué has investigado acerca de él? —Preguntó Arturo desesperado.

—Arturo, creo que lo que te voy a contar de este sujeto no debe ser por teléfono. Ya que podríamos estar a punto de encontrar al asesino en serie que ha estado matando homosexuales estos últimos meses.

Arturo se quedó frío al escuchar lo que Gabriel había dicho.

 

La Noche Buena, la noche antes de Navidad, está llena de amor y cariño en todas partes del mundo. En esta ciudad también estaba llena de hipocresía y llena de tristezas. Como es el caso de Alberta Gallagher. Quién tiene muy malos recuerdos de una noche buena, la última noche que vio a su hermano y también la última noche que vería a su madre.

La familia de Alberta provenía del sur de Massachusetts y eran una familia con descendencia escocesa de clase baja, que, al paso de las décadas, se había esparcido por varias partes de Estados Unidos y el norte de México. Alberta había crecido en una familia disfuncional con una madre insegura que no se sentía capaz de salir adelante sin la ayuda de un hombre a su lado. Así que su madre se casó con un sujeto que estaba involucrado en muchos problemas y que también les trajo muchos problemas a Alberta y a su hermano menor.

Alberta había superado ya muchas veces las depresiones que le llegaban de vez en cuando, y esta vez no era la excepción. Así que María le decidió dar una sorpresa a media noche en medio de una fiesta navideña en un salón con techo abierto perfecto para ver el cielo.

Esa tarde María llegó al departamento de Alberta con su ropa que se pondría para la fiesta.

—He traído mi vestido, zapatos Manolo Blahnik que conseguí en una subasta en internet, mi collar con un diamante real y esto —dijo María mostrándole a Alberta una bolsa de Marihuana.

—¿Estás consiente de que acabo de tener un problema por una sobredosis de drogas, no? —Preguntó Alberta.

—Relájate. Sabes, yo tampoco lo sabía pero la maría es la única droga con la que no puedes sufrir una sobredosis. Aunque la comas, eso más bien sería intoxicación. ¡Lo que sea! Esta noche será la mejor.

—Creo que no podré ir.

—¿Qué? O mejor dicho, ¿¡Qué!? —Exclamó María—. Tienes que ir, me rompí mucho el culo para conseguir invitaciones a esa fiesta, además no se sí los demás vayan a ir así que no me dejes ir sola. Nadie debe estar solo en navidad.

—No, en serio, no me siento de humor cómo para una fiesta. La Navidad me trae muchos malos recuerdos —dijo Alberta.

—¿Cómo te puede deprimir la Navidad? Además. ¿No has pensado que quizás podríamos borrar esos malos recuerdos que dices y convertirlos en buenos recuerdos? —Preguntó María.

—Es qué mi hermano menor me llamó y me ha dicho que tal vez llegué esta noche a la ciudad y quería recibirlo.

—¿Y cuál es el pedo? Dile que se venga con nosotras y nos la pasaremos muy bien, ¿No?

Alberta bajó la mirada.

—María, hay algo que nunca te he contado sobre mi pasado. Hay una razón por la cual soy como soy —dijo Alberta.

—¿Todo bien? —Preguntó María acercándose.

En ese momento sonó el teléfono de Alberta y ya no pudieron seguir conversando. María se quedó muy preocupada. Alberta se alejó cómo queriendo que María no escuchara lo que ella hablaba por teléfono.

 

Y era un poco más tarde cuando Alex llegó a casa de Marcos.

—Tenemos que hablar.

Dijo Alex al abrir Marcos la puerta.

Alex quería conversar con Marcos sobre todo lo que había estado pasando entre ellos y estaba dispuesto a perder cualquier relación con Marcos, ya sea amorosa o amistosa, con tal de conservar su amistad con Gilberto. Claro que no sería tan fácil ya qué el pasado nunca se va de nuestras vidas, siempre está ahí recordándonos los errores que hemos cometido en nuestra vida. Alex se dejó de rodeos y le dijo la verdad a Marcos. La verdad era que a Alex no le interesaba Marcos en lo más mínimo ya que el único lugar donde se la pasaban bien y congeniaban era en la cama. Alex le explicó a Marcos la razón por la cual no podían volver a salir juntos.

—Es por eso que no debemos seguir haciendo esto. Apenas he logrado que Gilberto me hable de nuevo y sí sigo con esto entonces tendré un amigo menos y tú sabes manejar mejor las cosas que Gilberto. Gilberto es muy delicado con estos asuntos. Pero aun así. Sí tú quieres podemos seguir siendo amigos. Solamente quiero que las cosas vuelvan a ser cómo antes, antes cuando todos nos llevábamos bien —dijo Alex.

—¿Estás seguro de querer hacer esto? —Preguntó Marcos.

Alex se quedó callado y dudoso.

—Yo lo único que quiero es que nuestra amistad sea igual que antes.

No paso ni un minuto cuando Marcos ya había convencido a Alex de cambiar de opinión. Ambos habían vuelto a tener relaciones sin pensar en los problemas que esto les traería.

—¿Qué mierda nos está pasando? —Preguntó Alex a Marcos tirados en la cama—. Antes solamente nos hablábamos con toques de sarcasmo y ahora volvimos al principio.

—Las cosas siempre van a cambiar Alex —dijo Marcos encendiendo un cigarro—, por más que quieras mantenerlas tal y como están no siempre van estar así, siempre van a cambiar ya sea para bien o para mal. Y además si Gilberto nos quiere tanto entonces debería dejarnos estar juntos y estar feliz por ello.

Alex se sentó y miró a Marcos quitándole el cigarro.

—¿Qué acabas de decir? —Preguntó Alex.

—Ah… —se quedó Marcos pensando—, nada solo quise dar un buen ejemplo para que me entendieras.

—¡No! ¡Lo acabas de decir! Dijiste ‘‘estar juntos’’ y tú y yo no estamos juntos, simplemente… simplemente, cogemos.

—Mierda, sí a Gilberto le parece que nos acostemos está bien y si no le parece, bueno, entonces me importa un reverendo carajo. Y da igual si estuviéramos juntos o sí simplemente cogemos, él no tiene por qué meterse en un asunto nuestro.

—¿Estás tratando de decir que no es su asunto? —Preguntó Alex—. Lo besaste y él me lo dijo y después tú y yo nos acostamos aunque sabía perfectamente lo que me había contado.

Ambos guardaron silencio y Alex se volvió a acostar.

—¿En qué, estaba pensando cuando lo besé? —Preguntó Marcos.

—En que se callara. A veces habla mucho, eso no es un secreto.

—Ya que la volvimos a cagar, ¿Quieres hacerlo de nuevo? De todos modos más en problemas ya no podemos estar —propuso Marcos.

Alex lo pensó un momento y notó que Marcos tenía razón. Después de todo, las cosas ya no podían empeorar, aún más. Y no los juzgo, yo no soy nadie para juzgar a las personas que tienen sexo a escondidas de otras personas. Con que cara juzgaría.

 

Noche buena, la gente lleva comida recién hecha a casa de sus seres queridos, envuelven y ponen regalos bajo un árbol previamente decorado, cantan villancicos, comen mucho, se emborrachan, se guardan los rencores por una sola noche para estar en armonía con los que más quieren. Pero hay otras personas que tienen cosas más importantes que hacer en noche buena, como trabajar o cobrar venganza de una persona en particular cómo es el caso de Joaquín.

Esa noche, Joaquín llegó con otros dos sujetos a la calle donde vivía Marcos y, a pesar de que las luces del piso donde vive estaban apagadas, su coche estaba estacionado afuera. Joaquín no perdió el tiempo y puso a sus hombres a trabajar en el auto de Marcos. No le robarían la gasolina, no le rayarían el auto ni tampoco se robarían el auto, lo que Joaquín había planeado era algo un poco más original, algo que dejara marca permanente, algo un poco más original, o mejor dicho, algo más ‘‘explosivo’’. Sí, la noche buena era una noche en la que todos tenían algo que hacer, todos incluyendo las personas con sed de venganza. Se preguntaran, ¿Por qué tanta necesidad de vengarse? Pues bueno, sí queremos conocer a Joaquín Berríos, tenemos que regresar diez años atrás. Justo el día que murió su padre.

Joaquín recordó aquella tarde en la que regresó de estudiar de la secundaria y vio a su papá discutiendo con su hermano mayor, Rodrigo. Joaquín se ocultó de tras de la puerta y escuchó todo lo que se estaban gritando. Al parecer, a Rodrigo lo habían golpeado en la escuela en un acto de discriminación, y al contarle a su padre, este lo único que le dijo fue que él se lo había buscado y otras tantas ofensas. Joaquín miró alrededor y vio muchas botellas de tequila tiradas en el suelo, lo que significaba que su padre estaba borracho de nuevo, y de pronto, el sonido de un golpe y el llanto de su hermano le llamaron la atención y cuando volvió a escuchar el mismo sonido de violencia varias veces decidió entrar, y al no saber qué hacer, tomó dos botellas vacías de tequila que estaban en el suelo y se las rompió a su padre en la cabeza, y, cuando este se encontraba inconsciente, Joaquín  decidió continuar con su acto de heroísmo y le clavó repetidas veces la botella rota por varias partes del cuerpo, dejándolo sin vida.

—¿Qué hice? ¡¿Qué hice?! —Dijo Joaquín asustado—. Me voy a ir a la cárcel, mi mamá nos va matar, ¡¿Qué vamos hacer?!

Ana, en ese entonces Rodrigo, se quedó mirando fijamente a Joaquín y al cuerpo de su padre desangrado. Rodrigo sabía que por más que le contaran a su madre que lo habían hecho porque él se lo había buscado, ella los mandaría al tutelar sin escucharlos antes siquiera.

—No nos va matar. Y no te vas a ir a la cárcel —dijo Rodrigo.

Ambos miraron el cadáver. Cuando calló la noche, se dirigieron a una calle cercana a la suya que estaba sin pavimentar y con pocas casas habitadas y en un terreno baldío cavaron un hoyo para depositar ahí el cuerpo. Joaquín desde ese momento sintió una necesidad de siempre proteger a su hermano a costa de cualquier precio ya que Rodrigo había evitado qué se lo llevarán al tutelar y protegerlo sería la única manera en la que le podía agradecer. Ambos huyeron y se establecieron aquí en la capital, donde años más tarde decidieron que lo mejor sería separarse un tiempo para que nadie los encontrara.

A pesar de esto, ellos siguieron en contacto por teléfono y jamás volvieron a mencionar aquella noche. La última vez en la que hablaron por teléfono sería la vez en la que Ana se despedía de él para nunca volverlo a ver. En ese entonces, Joaquín se encontraba trabajando cómo ilegal en San Diego y no fue sí no hasta hace unos meses cuando regresó a averiguar qué había sucedido con su hermana. Joaquín se instaló en la casa de su medio hermano, hijo de su madre y otro hombre años antes de que naciera Ana, pero de él no pudo obtener ninguna información sobre Ana así que decidió buscar por su propia cuenta. Comenzando por localizar a todas las personas que habían estado relacionadas con su hermana, empezando por su prometido.

A Joaquín le había costado mucho tiempo y dinero lograr encontrar al culpable y ahora que lo había encontrado, no lo dejaría ir vivo.

—Ya hemos terminado —dijo uno de sus trabajadores.

—¿Y cómo funciona? ¿En qué momento podré hacer que este cacharro vuele en mil pedazos? —Preguntó Joaquín.

—En cuanto presione este botón, será cuestión de minutos para que el auto explote totalmente. Pero hay una dificultad. Sí la bomba llega a su momento de explosión y el auto no se detiene entonces no explotará.

—¿Me estás jodiendo? ¿Es cómo en aquella película en la que sí el autobús se detiene explota? —Preguntó Joaquín.

—Exactamente —dijo el sujeto.

 

Esa misma noche llegué a casa de Paul para recogerlo e irnos a la fiesta. Pero al entrar vi todas las luces apagadas excepto la de la cocina. Me dirigí hacía la misma y vi a Paul sentado en la mesa de la cocina tomando Brandi con hielo. No se veía vestido para una fiesta y tampoco se veía en estado de sobriedad.

—¿Si… si te avise que hoy era la fiesta, no? —Le pregunté.

—Si pero da igual no pienso ir —dijo Paul bebiendo de su brandi.

Me le quedé mirando para confirmar si en realidad había escuchado lo que creí haber oído.

—¿En serio? María nos dio las invitaciones sin cobrarnos, ¿No crees que lo menos qué podemos hacer es ir y fingir que nos divertimos?

—Esas fiestas no son para mí —dijo poniéndose de pie—, Andy, ¿Alguna vez te he dicho que ya estoy entrado en los 30? No puedo ir a ese tipo de fiestas donde además habrá estudiantes de preparatoria, sería como el único dinosaurio entre cocodrilos y tortugas.

—No mames —dije riendo—. ¿Dónde está tu madre? ¿No se supone que tu tía vendría a pasar la noche buena con ella?

—Ella se fue. Para siempre. Le di una patada en el culo y le dije que nunca en su puta vida se volviera a aparecer en mi camino.

—¡Bueno ya! ¿Qué carajos te pasa? Sé que no estás tomando por ninguna razón y también sé que este comportamiento tiene alguna explicación, ¿Tiene que ver con la otra noche?

—No. No tiene que ver con la otra noche, no tiene que ver con mi madre y no tiene que ver con el brandi. Tiene que ver contigo. Sé que te estás alejando de mí, no soy idiota —dijo Paul—. Así que lo que se me ocurrió hacer fue deshacerme de todo eso que te parecía molesto y aburrido, por eso me deshice de mi madre, te propuse tener un trío y te propongo no celebrar Navidad. Cómo un buen Judío.

—Sí en realidad hubieras querido hacer eso entonces te hubieras acordado siquiera de darme un regalo de Janucá. Sé que estás mintiendo y no sé por qué pero de que iremos a esa fiesta iremos a esa fiesta.

En ese momento Paul cogió la botella de brandi y la estrelló contra la pared. Me miró exaltado y a la vez con tristeza.

—Pero que mier… ¿Te estás volviendo loco o qué? —Le pregunté.

—En serio qué no me lo puedo creer —dijo Paul sonriendo irónicamente—, ¿Acaso no hay algo que quieras contarme?

Me quedé pasmado y nervioso. Supuse de inmediato que Paul ya lo sabía, pero quizás lo que sabía era otra cosa. Así que decidí seguir con mi mentira lo más lejos que se pudiera.

—No sé de qué me estás hablando Paul.

—¡Pues yo te lo diré! —Exclamó Paul y se acercó a mí—. Te diste cuenta que no soy el tipo de persona con la que quisieras mantener una relación duradera. Soy mucho más mayor que tú lo entiendo. Lo comprobé aquella noche en tu casa cuando estábamos con aquel muchacho David, alguien que es más de tu edad.

—Paul, me estás asustando —le dije tomándolo de las manos.

—Tenemos que hablar seriamente —dijo Paul y nos fuimos a la sala.

Minutos más tarde yo estaba en shock, no me podía mover ni podía decir una palabra, solamente miraba las manecillas del reloj y trataba de memorizar la hora exacta. La hora exacta en la que Paul terminó con nuestra relación.

—¿Vas estar bien? —Preguntó Paul.

Me quedé pensando unos segundos en su pregunta pero si lo que él quería era que le rogara para que se quedara, estaba muy equivocado. Ya había pasado por algo similar una vez y esta vez no sería igual. Lo miré y solté una sonrisa.

—Yo siempre voy a estar bien. Es solo que, no sé cómo voy a llegar a esa fiesta tan solo. Tan fracasado. Tan hecho mierda cómo no había estado en mucho tiempo —le dije a Paul.

Paul se quedó pensando y después de un suspiro al fin habló.

—Iré contigo a esa fiesta. Pero esta noche será la última vez que nos veamos y si algún día nos encontramos en la calle, por favor te pido que no hagas ningún gesto de amabilidad.

Paul se fue a vestir inmediatamente después de decir eso. Me habían cortado una noche antes de navidad. Ahora ya sé lo que sienten algunas personas con rencor hacia estas fechas.

 

Ya era un poco más tarde cuando Ana llegó a su casa con un montón de bolsas con cosas para celebrar la Noche Buena. Cuando entró al salón vio a Arturo tomando coñac mientras leía varios papeles. Ana colocó las bolsas en la mesa y trató de no hacer ruido para no interrumpir a Arturo pero demasiado tarde, Arturo ya estaba enterado de su llegada y de algunas cuantas otras cosas.

—Te he estado esperando por más de una hora Ana, ¿Dónde coño estabas? —Preguntó Arturo algo molesto.

—Bueno fui al banco a recoger un dinero que me envió mi hermano por qué no tenía comprar todo esto. Incluso los regalos de Navidad que guardo en el auto —respondió Ana.

—¿Podrías decirme de una vez cuáles son tus intenciones?

—Bueno, planeo que cenemos y bebamos vino y después veamos una película para luego hacer el amor hasta que amanezca y al amanecer darte otros cuantos regalos.

—Sabes muy bien de lo que estoy hablando, no me salgas con tus pendejadas de navidad hipócrita —dijo Arturo aún más enfadado.

—No sé a qué te refieres amor y ¿Por qué me hablas así?—dijo Ana.

—Me cae que no tienes vergüenza. Dime, ¿Cuál es tu plan con el gran regreso de Ana Berríos? ¿Cuál es tu gran venganza y por qué le quieres hacer tanto daño a Marcos y a Jesús? —Preguntó Arturo.

Ana miró fijamente a Arturo.

—¿De dónde has sacado todo eso? —Preguntó Ana.

—¡¿Y eso que mierda importa?! Soy policía Ana debiste de pensarlo dos veces antes de vivir conmigo.

Ana bajó la mirada y soltó unas lágrimas.

—¿Y tú quién te crees? Tú no sabes las cosas por las que me hicieron pasar esos tipos. La vergüenza, la humillación, me hicieron sentir peor que mierda —dijo Ana llorando.

—¿Qué te hicieron? —Preguntó Arturo.

—Solamente me utilizaron para el sexo. Y Jesús, el que estuvo comprometido conmigo, me dejó después de enterarse que antes fui hombre. Marcos se aburrió de mí y me golpeo, me dijo que no valía la pena y que ni siquiera era mujer, ni hombre.

—No lo puedo creer. Tu mentira ha llegado ya tan lejos, que hasta tu misma te la crees. Que deprimente.

—¿Crees que estoy mintiendo? Lo que te estoy contando es verdad, bueno, quizás exageré un poco con lo del golpe de Marcos pero lo demás es en serio. Me abandonaron sin importarles lo mucho que los amara. Sé que les fui infiel pero al menos intenté arreglar las cosas.

—Toma, lee esto —dijo Arturo dándole unos papeles.

—¿Qué es esto? —Preguntó Ana hojeando los papeles.

Arturo no contestó a su pregunta y se volvió a sentar mientras tomaba de su coñac. Los documentos eran el expediente de Marcos que se abrió cuando fue sospechoso de haber asesinado a Alan afuera de su departamento. Los documentos, además, mostraban entre otras tantas cosas, las salidas y venidas que Marcos había hecho al país.

—No lo entiendo, ¿Qué tiene que ver esto? —Preguntó Ana.

—¿Cómo que qué tiene que ver? ¿La fecha en que desapareciste también fue la fecha en que terminaste con Marcos no? Bueno. Pues resulta, qué si lees con atención, te darás cuenta de que Marcos no te dejó por qué no te quisiera. Según estos papeles, él compró un boleto de avión a Brasil tres días antes de terminar contigo ya que tuvo que viajar de emergencia a Brasilia para visitar a su madre, no creo que te rompiera el corazón así nomás por que sí, nadie hace eso —dijo Arturo.

—No es cierto —dijo Ana impresionada mientras leía los papeles.

Ana se había dado cuenta de que había cometido un grave error al querer vengarse de Marcos de esa manera. Y ahora estaba metida en un lío tremendo, ya qué Joaquín iba hacer algo con Marcos y ella no sabía de qué se trataba exactamente.

—También sé quién es tu hermano y también sé lo que ha estado haciendo los últimos meses. Así que sí quieres o te interesa seguir teniendo alguna relación conmigo, te recomiendo que me digas donde está —dijo Arturo.

—Me tengo que ir —dijo Ana y salió rápidamente.

—¡¿A dónde vas?! —Exclamó Arturo enfadado.

Ana salía de su casa al mismo tiempo que marcaba desesperadamente desde su teléfono un número pero nadie parecía contestarle, hasta que por fin le contestaron. Joaquín.

—¿Se te ofrece algo más? Creía que nuestros negocios aquí ya habían terminado señorita —dijo Joaquín por teléfono.

—¿Qué le vas hacer a Marcos? ¡No le hagas nada!

—¡Oye, tranquila! Esos ya son asuntos míos que no te deben de interesar en lo más mínimo, no te conozco, no sé quién eres, ¡Bueno! Ni siquiera te he visto. Así que por favor, ¡Hazte a la verga!

—¡Tu hermana, o hermano, no está muerto! —Le exclamó Ana por teléfono—, yo sé dónde está. De verdad, nadie le hizo nada, está bien.

—¿Ah sí? ¿Y dónde está sí se puede saber, eh?

Ana tomó aire y aun que estaba aterrada de miedo decidió contarle la verdad a Joaquín, después de todo, la vida de alguien estaba en peligro.

—Soy yo —contestó al fin Ana.

Joaquín soltó una leve carcajada sarcástica.

—Mira no me hagas perder mi tiempo. Tengo cosas más importantes que hacer. Adiós —dijo Joaquín y colgó.

 

Y en un ambiente distinto en un departamento del otro extremo de la ciudad. María y Alberta se estaban preparando para irse a la fiesta. Pero antes de que estuvieran listas, Alberta se llevó una sorpresa.

Alberta se encontraba maquillándose en el sofá mientras María aún estaba arreglando su vestido y de pronto llamaron a la puerta con tres golpes no muy fuertes. Ana, sin esperar visitas, se acercó a la puerta y la abrió temerosa pero no vio a nadie, el pasillo del piso donde vivía estaba solitario y lo único que se escuchaba era el sonido de las series navideñas de la puerta del vecino y cuando iba a cerrar la puerta notó que había una caja justo en frente de su puerta, el paquete no tenía nombre de quién la había enviado pero si decía para quién era, era para ella. Alberta cerró la puerta y abrió el paquete suponiendo que se trataba de un regalo de navidad pero grande fue su sorpresa al encontrar un obsequio muy singular, era un revólver que estaba cargado con una bala lista para dispararse. En ese momento María salió de la alcoba diciendo algunas cosas sobre la fiesta y Alberta guardó inmediatamente el revólver en su bolso para qué María no lo viera. Alberta se quedó confusa sobre el regalo ya que ¿Quién podía mandarle un regalo así? ¿Para protección o para algo más? Alberta creía saber la respuesta.

 

Las fiestas organizadas por Antonio García, siempre se habían catalogado como las mejores que se podían organizar en la ciudad. Asistía gente de todo tipo, desde estudiantes de preparatoria hasta gente socialité. Nadie se las perdía por una buena razón, el alcohol nunca se acababa y la música duraba hasta el amanecer. Aunque Antonio no era más que un simple barman que se había quedado desempleado tras la clausura de Boys, también era hijo de un reconocido empresario e hijo de una abogada muy famosa así que esto era lo que influía en su vida social. Esta noche realizó una fiesta con motivo de celebrar la Navidad en un salón enorme para fiestas que era poco posible rentar con tan pocos días de planeación. A la fiesta llegaron blogueros, estudiantes, escritores, ninis y otras tantas personas con etiquetas sociales. También llegó un grupo de amigos que recién se habían reconciliado. Marcos, Gilberto y Alex llegaron a la fiesta donde se encontraron con María, Adriana y Alberta. Todos estaban de pie ya que no había donde sentarse.

—¿Esta es tu gran fiesta? No nos dijiste que sería una fiesta de preparatoria con música Dubstep —dijo Marcos burlándose de María.

—Lo dices por qué tú ya estás más para allá que para acá, o en pocas palabras, te estás volviendo viejo —respondió María en broma.

—¿Y tú que haces aquí? Se supone que estás embarazada ¿No? ¿No se supone que debas estar en cama con los pies hinchados y vomitando y orinando cada cinco minutos? —Preguntó Alex a Adriana.

—Tranquilízate, no voy a beber ni me voy a meter nada malo, solamente quiero una buena distracción mientras aún pueda por qué durante los próximos ocho meses no podré hacer ni mierda —dijo Adriana—. ¿Cómo mierda me metí en esto?

—No y no solo eso Adriana, no solo son ocho meses de perder tu libertad, al tener un hijo ya no puedes andar por ahí de un lugar a otro, tu vida ya no es tuya, tu vida ahora es de él —dijo Gilberto.

—Al menos por los próximos 18 años —dijo Alberta

—¿Cuáles 18 años? No, hasta que termine la universidad —dijo Gilberto.

—Y eso sí es qué la termina por qué ya vez como va cambiando la juventud cada vez más y no vaya ser —dijo Marcos.

—Sí, algunos viven con sus padres hasta que se mueren —dijo Alex.

—Gracias por su apoyo ahora, me siento mejor —dijo Adriana sarcásticamente— ¿Dónde mierda está Andy?

—Me llamó y me dijo que había tenido un problema con Paul pero que ya venían para acá —dijo Alex.

—¿Todo estará bien entre ellos? —Preguntó María—. Hace días que no veo al señor hasta pensé que ya habían terminado.

—¿Le habrá puesto el cuerno? Andy anda muy serio estos días, como si tratará de esconder algo —dijo Adriana.

Gilberto se puso incómodo.

—Voy a ir por cervezas —dijo Gilberto retirándose.

—Bueno ahora que ya se fue ahora si díganme. ¿Qué es lo que está pasando entre ustedes dos? —Preguntó Adriana.

—Nada, ¿Cómo por qué iba a pasar algo? No ocultamos nada, nada ocultamos —dijo Alex alterado y sacó un cigarro.

—Si quieres fumar ve allá arriba —dijo María—, y por el tono de voz en que hablaste es más que obvio que algo ocultan. Para ser sinceras ya todo el mundo lo sabe, pero, ¿Gil lo sabe?

—¡Bueno ya ¿No?! Sí, pasó una vez pero ya no volverá a pasar, Gilberto si lo supo pero ya todo este problema se arregló —dijo Marcos.

—¡Ay Ahá! Somos mujeres, ¿Creen que no nos damos cuenta de esas cosas? —Preguntó Adriana.

Marcos y Alex se quedaron callados y María, Adriana y Alberta los miraban sospechosamente.

—¡Ya está bien! Ha vuelto a pasar más veces desde que me disculpé con Gilberto pero por favor no le vayan a contar nada, por qué si se entera entonces voy a tener que matar a cuatro personitas —dijo Alex.

—¿Cuatro? —Preguntó Marcos.

—Sí, Adriana cuenta por dos ahora, ¿No? —Dijo Alex.

—Pues no es que me quiera meter ya que apenas y los conozco pero sí no se lo dicen lo más pronto posible entonces van a tener muchos problemas y no hay nada más valioso que la amistad —dijo Alberta.

—¿A ti que mosco te picó? ¿Desde cuándo tan moralista? —Preguntó María—. Cómo sea, ¿Y ahora que harán? ¿Serán novios?

—Pues, vamos a intentarlo —dijo Alex y miró que Gilberto escuchó

Gilberto llevaba parado cerca de ellos desde hace un rato.

 

Ya pasaban de las diez de la noche cuando Jesús se sintió un poco mejor después de haberse tragado accidentalmente la pastilla que había guardado debajo de su lengua. Jesús no escuchó nada en la habitación donde estaba ya que era el único paciente en la habitación, las demás camas estaban vacías. Jesús supuso que ese era el momento perfecto para escapar así que se levantó y se dirigió directamente a un armario donde había batas y demás prendas que utilizaban los doctores. Jesús se vistió rápidamente. Fue cuidadoso de que nadie lo viera y cómo era noche buena habían muy pocas personas en el hospital.

Finalmente logró salir del hospital y llamó un taxi para que lo llevara a su casa, Jesús aún tenía el vendaje en la cabeza, yeso en el brazo y un collarín en el cuello. Finalmente Jesús llegó a su casa y tocó la puerta de mi apartamento para pagarle al taxista, pero al notar que las luces estaban apagadas, decidió romper el cristal de la ventana de su departamento para poder entrar.

Después de haberle pagado al taxista, Jesús intentó llamar por teléfono a Adriana o a mí pero con el ruido de la fiesta no escuchamos nada. Así que decidió llamar a Marcos y grande fue su alivio cuando le contestó, por qué así supo que aún estaba vivo.

—¡Marcos! —Dijo Jesús al contestar Marcos.

—Sí. ¿Quién habla? —Preguntó Marcos confundido.

—¡¿Estás bien?! Soy Jesús.

—¿Qué pero…? ¿En dónde has estado?

—Eso no importa ahora, ¿Estás en tu casa? Dime dónde estás, necesito hablar contigo urgentemente —dijo Jesús.

—No, no estoy en casa estoy en una fiesta con Adriana, ¿Quieres venir? Anota la dirección —dijo Marcos dándole la dirección.

—Bien, ahora, es muy importante que me pongas atención. No salgas de donde estás ¿Quedó claro? Ana se ha vuelto loca y creo que te quiere hacer algo malo, cuídate, cuando llegué hablamos mejor.

—¿Ana? No, es imposible no la he visto por aquí —dijo Marcos.

—Es que no es ella quién te quiere hacer algo. Mira mejor hablamos cuando llegue a la fiesta. ¡No te vayas y cuídate! —Exclamó Jesús.

Jesús colgó y salió de su departamento a prisa.

 

Después de ayudar a Paul a vestirse y esperar a que se le bajara un poco la borrachera, al fin llegamos a la fiesta. Paul tenía esa cara de que no se sentía cómodo estando entre tantos jóvenes que apenas llegaban a los 25. No me había dirigido la palabra durante todo el camino y al parecer durante la fiesta no sería diferente. Nos acercamos a la entrada y busqué las invitaciones en mi cartera, le pedí a Paul que tomara mi jersey y mi celular pero claramente jamás debí hacerlo ya que mientras buscaba los boletos llegó un mensaje a mi celular de parte de David diciendo cosas que no le agradaron nada a Paul, cosas cómo que me quería ver por qué se encontraba ‘‘Hot’’.

—¿Sabes qué? Creí que podía hacer esto por ti solo esta noche pero en realidad no creo poder Andy —dijo Paul.

—¿Qué? No, no, espera ya encontré las entradas —le dije.

—Es que no está bien Andy, ¿No lo ves? Terminamos y ya no deberíamos estar siquiera hablándonos cómo si fuéramos amigos.

—Y, ¿Por qué no lo intentamos ser?

—Por qué una amistad se basa en la honestidad al igual que una relación y hasta Dios sabe que tú no has sido honesto conmigo, —me dijo—. Sé que estás comenzando a sentir cariño por David.

En el momento que me dijo eso me sentí como si fuera la peor persona. Era obvio que no me iba a salir con la mía, tarde o temprano iba a saber lo que pasaba entre David y yo.

—Pero, ¿Por qué lo dices? —Pregunté tratando de no llorar.

Me mostró el mensaje de texto en mi teléfono.

—¿Te enamoraste de él no es así? —Me preguntó.

No supe que responder. Si le decía que sí entonces sabía que él me odiaría para siempre y sabría que no fui lo suficientemente capaz como para decirle la verdad mientras aun estábamos juntos. Y sí le decía que no entonces estaría rompiendo el contrato de amistad con honestidad. Pero me quedé demasiado tiempo callado, y el silencio otorga. Paul se dio la media vuelta y puso sus manos en su nuca dando un suspiro. Finalmente me volvió a mirar.

—Andy, ya sabemos que soy mucho más mayor que tu —dijo Paul.

—Deja de decir eso no lo quiero escuchar más —le dije.

—No, Andy, no. Esto es diferente. Cómo ya sabemos que soy más viejo también tengo más experiencia y si de algo me he dado cuenta es de que no elegimos de quién enamorarnos, no podemos elegir quién va ser la persona con quién queremos pasar el resto de nuestras vidas. No podemos elegir, simplemente esa persona llega y cuando llega no la debemos dejar ir, a menos que estés en mi lugar en cuyo caso si se debe dejar ir —dijo Paul y me sacó una risa leve.

—¿Qué es lo que quieres decirme? —Le pregunté.

—Pues que sí por él sientes lo que no sientes por mí, entonces no sé qué haces aquí. Deberías estar con él, —dijo Paul sonriendo—. Además tiene un buen culo no lo deberías dejar ir.

—Solo tú haces que los momentos de drama se conviertan en un momento de comedia —le dije.

—En serio Andy. Ve con él y dile lo que sientes antes de que sea demasiado tarde. Yo espere demasiado y bueno. Y cómo ya te lo había dicho, es mejor que estés con alguien que sea igual de joven que tú.

—¿Vas a estar bien?

—He estado peor —dijo Paul y se dio la media vuelta.

Y así. Así terminó lo que algún día considere que podría terminar en un final feliz. Veía como se marchaba Paul caminando con sus manos en los bolsillos, me sentí muy triste, pero Paul tenía razón, sí dejaba ir a David entonces me quedaría cómo el perro de las dos tortas e intenté tomar un taxi pero todos estaban ocupados y no pasaba ninguno vacío, ¡Maldita noche buena! Pensé. Hasta que recordé que vi el coche de Marcos estacionado del otro lado de la calle y me metí a la fiesta para buscar a Marcos y justo en ese momento vi salir a Gilberto a prisa.

—¡Gil! —Le grité pero no me escuchó.

Intenté salir del salón pero entre tanta gente en el lugar era muy complicado abrirse paso. Al fin logré salir y vi que Gilberto se marchaba mientras limpiaba sus lágrimas son su mano.

—¡Gil! ¿Estás bien? ¿No me escuchabas? —Le pregunté.

—Sí, si te escuche pero decidí ignorarte. Sí, estoy bien, gracias — dijo Gilberto e intentó volver a irse.

—No te vayas. Necesitamos hablar Gilberto, esto ya ha llegado demasiado lejos. Quiero arreglar nuestra amistad —le dije.

—¿Quieres arreglar algo? ¡Bien! ¡¿Por qué no empiezas por arreglar lo que pasa con tu relación?!

—No es justo que me hables así.

—¡No, no, no, no, no! Yo te diré lo que es injusto. Se supone que somos amigos, ¡Todos! ¿Y qué es lo primero que hacemos? Ocultarnos cosas, ¡Ah! Muy bien por nosotros, eh, todos nos merecemos un diez y un trofeo por sinceridad —dijo Gilberto enfadado.

—Paul y yo terminamos, —le dije y él se quedó callado—. Él se enteró de lo mío con David y aparte de eso él nunca se ha sentido muy cómodo con la diferencia de edad.

—Perdón —dijo Gilberto y se me acercó—. Pero creo que este no es un buen momento para hablar de eso. Yo solo espero que hayas hablado con Paul con toda la sinceridad del mundo y… bueno, espero que estés bien pronto, pero y debo irme. Adiós.

Gilberto se fue sintiéndose como idiota, un idiota enfadado. Pensé en ir a decirle que no se fuera pero en parte entendía que él quisiera estar solo así que lo deje ir y decidí entrar a buscar a Marcos.

 

Ana había llegado lo más pronto posible a la fiesta tratando de encontrar ahí a Joaquín pero no la dejaron entrar sin invitación así que se quedó mirando a su alrededor tratando de encontrar algo sospechoso o a alguien sospechoso pero no vio nada. Fue entonces cuando decidió volver a llamar a Joaquín.

—Joaquín soy yo —dijo Ana por teléfono—. No le hagas nada a Marcos, él no me hiso nada. Al principio creía que si pero fue todo un mal entendido. Por favor hablo en serio.

—¿Tú crees que yo soy un pendejo verdad? ¿En serio crees que te voy a creer que tú eres mi hermana? Estás muy mal de la cabeza, ¡Mas que yo! Y bueno lo que le voy hacer a Marcos ya no tiene marcha atrás. Yo ya no puedo hacer nada, estoy en un avión. Mis hombres se van encargar de que mi trabajo se realice perfectamente comenzando, ahora.

Al momento que Joaquín dijo eso, dio instrucciones con otro teléfono a sus hombres para que activaran el explosivo.

—Debo colgar. Estoy a punto de despegar —dijo Joaquín.

—¡Joaquín no! —Exclamó Ana y Joaquín colgó.

 

Adentro, en la fiesta. Las cosas parecían que ya se estaban saliendo de control. Gente vomitando, algunos otros teniendo sexo en rincones oscuros y algunas otras personas metiéndose toda clase de drogas mientras bailaban. Me encontraba buscando a mis amigos por todos lados pero no encontraba a nadie y con el ruido de la música parecía que nadie escuchaba sonar su móvil. Estaba a punto de darme por vencido cuando vi a Alberta leyendo un mensaje de texto en su celular en la entrada de los baños, ya qué era la única persona que podría saber dónde estaban mis amigos decidí preguntarle.

—Hola —le dije acercándome.

—¡Ay! —Exclamó Alberta asustada—. Hola, ¿Eres Andy verdad?

—Sí, si soy yo. ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

—Sí estoy bien es solo que estoy un poco, o demasiado colocada —dijo Alberta sonriendo— ¿Estás buscando a los demás?

—Sí, ¿Los has visto por aquí? Es que no los encuentro y he llamado ya muchas veces a sus celulares pero parece que nadie me quiere contestar o no me escuchan, ¿Sabes dónde están?

—Si los vi subir a todos, al parecer ya hay demasiada gente aquí y se sienten algo sofocados. Pero ve están allá arriba.

—Ok. Gracias —dije y di unos cuantos pasos—, ¿Segura estás bien?

—¡Sí! En serio estoy bien, solo no le digas nada a María, ¿Si? Esto es solo algo por los viejos tiempos —dijo Alberta.

—Está bien. Supongo, cómo sea, me voy a buscarlos. ¡Feliz Navidad! Y deberías hacer algo con ese maquillaje, se te está corriendo.

—Gracias. Y toma —dijo Alberta y me un Tripis (LSD)—. Es mi manera de agradecer que no le digas nada a María. Al fin y al cabo, yo ya no las voy a necesitar.

Recibí el LSD. La forma en que me había dicho eso me dejó muy confundido, pero tenía una mirada de confianza y estaba sonriendo.

—Gracias, —dije confuso—. ¿Qué te parece si me ayudas a encontrarlos? Seguro que también ellos te están buscando.

—Sí, tienes razón. Seguro me están buscando y me van encontrar.

No le puse mucha atención a lo que me había dicho, tenía cosas más importantes ahora por resolver.

Subí las escaleras en medio de aventones, gente corriendo y gente besándose en los escalones. Alberta y yo íbamos de la mano por que me tenía muy preocupado pero al llegar arriba eso terminaría ya que había demasiada gente como para buscar juntos, así que nos separamos.

Finalmente después de un rato encontré a Marcos besándose y metiéndose mano con Alex en un sofá con otras personas que hacían lo mismo. Me acerqué con pena.

—Marcos —le dije apenado— ¡Marcos, escúchame! Necesito que me prestes tu coche, necesito ir a casa de un amigo.

—¿A qué hora llegaste? —Preguntó mientras se seguía besando con Alex—. No te puedo prestar mi coche, no tienes licencia y si te pescan los policías entonces yo seré el responsable, ya sabes cómo son en estas fechas, solamente andan viendo a quién sacarle dinero.

—Préstamelo, no me voy a tardar, es aquí muy cercas y cuando regrese les invito unas cervezas —le dije.

—Cómo quieras —dijo Marcos dándome las llaves.

 

Y afuera. Jesús por fin había encontrado el lugar, se bajó del taxi y le pagó al chofer. Se puso a buscar a alguien que conociera y que estuviera afuera pero no había nadie conocido, y justo cuando intentó marcar a Marcos, miró a unos cuantos metros de distancia el auto de Marcos y vio que alguien estaba adentro. No dudo ni un segundo en acercarse pensando que era Marcos el que se encontraba ahí, pero no, quién se encontraba en el auto era Ana.

—¡Ana! Pero qué… ¿Qué haces en el coche de Marcos? ¿Qué le hiciste? —Preguntó Jesús alterado y cansado.

—¡Oh! Estás vivo. Tranquilízate no le hice nada, estoy en su auto para arreglar un pequeño error que cometí. Eso es todo, no he visto a Marcos y ni siquiera sabe que estoy aquí, ahora si me disculpas tengo que irme a dar la vuelta —dijo Ana.

—¡No, no, no! Tú no te vas a ir a ningún lado. Eres un delincuente, un maniático, un demente sin conciencia. Primero me mató antes de dejarte ir, no lo haré Ana, no lo haré —dijo Jesús y se subió al auto.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Bájate! Ya Dios te dio una oportunidad de vivir, no la arruines con esto.

—¡Oigan! ¡Bájense del auto! —Les dije al aparecer—. ¿Tu donde te habías metido? ¿Estabas con esta? ¿Están tratando de robar el auto para fugarse juntos verdad? Qué pena me dan.

—Andy, creo que es mejor que te vayas —me dijo Jesús.

—¿Qué? Y una mierda, bájense que yo tengo las llaves del auto, a  mí me lo prestaron, ustedes no sé qué hacen aquí adentro y si quieren que no vaya a la policía entonces bájense de una vez —les dije.

Parecía que mi amenaza no los había convencido en lo más mínimo ya que solo se quedaron ahí mirándome.

—¿No quieren hacerlo? ¡Bien! —Exclamé y me metí en el asiento de atrás—. No me voy a bajar hasta que ustedes dos decidan largarse.

—¿Puedes deshacerte de este tipo de una vez por todas Jesús? —Preguntó Ana mirándome.

—Sí claro, ¿Y qué me vas hacer? Te ves como si te hubieran atropellado, ¡Oh mierda! ¡¿Qué te pasó?! ¿Estás bien? —Pregunté.

—Tuvo un pequeño accidente y si no te bajas del maldito auto eso te va pasar también a ti hijo de puta —me dijo Ana.

—¿Sabes qué? —Le dije—. No, yo tengo las llaves, ¿Cómo ves?

Hubo un silencio de tención y Ana se quedó pensando en que hacer conmigo. Y después de un rato finalmente habló.

—Cómo quieras —dijo Ana y me quitó las llaves.

Ana encendió el auto y arranco bruscamente.

 

Y del otro lado de la calle unas personas lo habían visto todo. La gente de Joaquín, quienes al ver que Marcos no se había llevado su coche no supieron que hacer con su trabajo así que llamaron a Joaquín.

—¿Hola? —Contestó Joaquín saliendo de un aeropuerto.

—Se han llevado el coche. Es la misma chica que se llevó a Jesús aquella vez, Marcos aún sigue en el lugar, en el auto solo se fueron ella, Jesús y otro chico, ¿Qué hacemos? —Preguntó el sujeto.

—Sí serán idiotas. ¡Debieron impedirlo! —Exclamó Joaquín y guardó silencio ideando un nuevo plan— ¿Hay mucha gente afuera del lugar? ¿Es muy llamativo?

—No, solo hay cómo diez personas y los dos guardias de seguridad, ya casi todos están adentro —contestó el sujeto.

—Desháganse de esas personas, cierren el lugar muy bien, todos los accesos y después, ¡Quémalo!

—¿Quemar… el lugar? ¿Con tantas personas ahí adentro? ¿No sería más fácil entrar y deshacernos de Marcos? —Pregunto el tipo.

—No. En caso de que se llegara a salvar entonces tendría una marca de por vida, perdería personas conocidas y con verlo sufrir por toda su vida me es más que suficiente. Sin más preguntas, ¡Háganlo!

—Sí, señor —concluyó el sujeto.

Los sujetos esperaron alrededor de una hora a que terminara de entrar toda la gente y una vez que ya nadie entraba ni salía decidieron poner en marcha su plan. Uno de ellos se acercó para preguntarles la hora, como distractor, y entre los otros cuatro, golpearon a los guardias con sus pistolas y se los llevaron en una camioneta. Cuatro de ellos entraron al lugar y el otro se quedó vigilando la entrada y negándole el acceso a la gente que aún seguía llegando y como nadie le hacía caso, este sacó su arma y soltó un disparo hacía el cielo espantando a toda la gente que se encontraba en la calle se fue corriendo. Mientras adentro, los otros cuatro tipos se deshacían de los extintores y regaban gasolina por todo el suelo del lugar, ¿Cómo es que nadie se dio cuenta? Pues era difícil darse cuenta de lo que pasaba entre tanta gente bailando en estado de ebriedad.

 

Mientras tanto en el auto de Marcos. Llevábamos ya varios kilómetros recorridos, estábamos en algún lugar del sur del Distrito Federal, íbamos en una autopista y no parecían haber más coches atrás o adelante. Yo me preguntaba, ¿Cómo es que siempre me pasan este tipo de cosas? Pareciera que busco el drama a propósito. Cuando mi relación estaba más que perfecta con Paul decidí joderla acostándome con David, uno de mis mejores amigos me había dejado de hablar por lo que le había hecho a Paul y no sabía si algún día volvería a hablarme.

Ana y Jesús iban muy callados. Parecía que no lleváramos rumbo.

—Creo que ya que soy un pasajero más en este auto, necesito saber qué coño está pasando aquí, ¿A dónde vamos? ¿Por qué en el auto de Marcos? Y ¿Por qué están tan callados? —Pregunté.

—No abras la boca Andy —dijo Jesús.

Volvió ese silencio incómodo.

—Creo que se deberían de bajar del auto ahora mismo  —dijo Ana.

—¿Cómo, aquí en medio de plena carretera? ¿Estás loca? —Pregunté—. Esta oscuro y es invierno, nos vamos a congelar.

—Sí, pero se deciden quedarse conmigo entonces no solo se van a congelar sí no que también se van a morir —contestó Ana.

—¿De qué estás hablando? —Preguntó Jesús.

—Joaquín me dijo lo que planeaba hacer con Marcos y bueno después de haberme dado cuenta de mi error, decidí venir a terminar con toso esto, pero a ustedes como se ve que les gusta cagarla.

—¡¿Joaquín?! ¿El sujeto que entró aquella vez al departamento de Jesús? ¡¿Ese mismo Joaquín?! —Pregunté.

—¿Cómo sabes que estuvo en mi casa? —Preguntó Jesús.

—¡Ya cállense! Eso no importa ahora. Lo que importa es que tenías razón Jesús, yo estaba equivocada y estaba exagerando un poco las cosas pero es que si tú supieras por toda la vergüenza que yo pasé, quizás me entenderías —dijo Ana.

—¿Y qué tiene que ver eso con que vayamos a morir? —Pregunté.

—Pues que cuando le dije a Joaquín donde vivía Marcos, él fue a su casa e implantó un explosivo en el tanque de gasolina. En este auto.

—Mierda. ¡Pero haber! Que alguien me explique todo lo que está pasando aquí por qué no entiendo nada, ¿Por qué ese tipo quiere matar a mi amigo? Y ¿Por qué tú le diste la dirección donde vive y como lo sabías? O sea ¿Qué onda no entiendo ni madres —dije.

—Andy hay cosas más importantes ahora, ¿Si? —Dijo Jesús—. ¿Por qué no me lo dijiste desde un principio Ana? Hubiéramos llamado a la policía y ellos se hubieran encargado de esto.

—¿A la policía? ¡Sí que buena idea! Para que también me llevaran a prisión y me encerrarán por una enorme cantidad de años —dijo Ana—. Pues no, si lo pensé pero, prefiero morir antes de ir a prisión y ver cómo todos vuelven a sentir lástima y vergüenza por mí.

—¡Un momento! ¿Acabas de decir que prefieres morir? —Pregunté.

Ana asintió con la cabeza. Al parecer tenía un plan muy original para acabar con su vida. Se notaba en sus ojos el mismísimo sentimiento del arrepentimiento y de tristeza.

 

Y de vuelta en la fiesta. Las cosas parecían muy normales para la clase de invitados, todos bailaban, reían y se drogaban y emborrachaban, hasta que de pronto se cortó la luz eléctrica y la música dejó de sonar, el lugar estaba muy oscuro y lo único que iluminaba era la luz de la luna que entraba por el enorme tragaluz del salón y ya que todos estaban atentos viendo lo único visible, María decidió dar la indicación de su sorpresa para Alberta y en seguida comenzaron a escucharse juegos artificiales que iluminaban el salón desde arriba, se veía muy bien y hubiera sido una noche perfecta de no haber sido por cierta jovencita con problemas emocionales. Alberta se paró sobre el barandal del segundo piso, justo donde más alumbraban los juegos pirotécnicos. Miró a su alrededor y regresó la luz eléctrica, Alberta, aprovechando que tenía la atención de todos, con una dulce sonrisa sacó el revólver de su bolso y se dio un disparo en la cabeza, cayendo desde el segundo piso hasta la planta baja. Nadie supo cómo reaccionar a eso, todos se quedaron en silenció e impactados hasta que María reaccionó soltando un grito escalofriante con el que todos se dirigirían a la salida, pero no sería tan fácil para todas esas personas salir del lugar, ya que estaban bloqueados todos los accesos. Y cuando creían que las cosas no se podían poner peor, escucharon una explosión en el baño e inmediatamente comenzó a surgir el fuego por todas partes, ocasionando que de algún modo todos se empujaran hasta la salida y así lograr tirar la puerta y romper las ventanas. La gente corría por todos lados, era como estar en el infierno. Alex trataba de tranquilizar a María quién se encontraba gritando muy feo y temblando de miedo. Marcos intentó sacar a Adriana lo más rápidamente posible del lugar y a pesar de que intentaron estar juntos en todo momento, la gente que pasaba corriendo en manada los separó al punto de tirar a Adriana al suelo, muchas personas pasaron por encima de ella dejándola inconsciente. Marcos fue llevado por la corriente hasta la salida donde terminó por desmayarse. Todo había salido mal esa noche, ¿Noche buena? Sí, claro. En el lugar no se escuchaban más que llantos, gritos, y las alarmas de los bomberos, policías y ambulancias que ya se dirigían al lugar. Alex sacó a María casi inconsciente y Alex tenía algunas partes del pantalón quemado y le había puesto su playera en la boca y nariz a María para que no le afectara más todo el humo ocasionado por el fuego.

No pasó mucho tiempo para que Paul y Gilberto regresaran al lugar preocupados por la noticia, no los dejaron entrar al lugar ya que solo los cuerpos de rescate podían entrar. Gilberto vio que llevaban a Adriana en una camilla de ambulancia y no dudo en correr hasta donde la llevaban lo mismo vio Paul y se dirigió con él.

—¡Yo me iré con ella al hospital, tu ve con tus amigos los están atendiendo por allá, se ven muy mal! —Le dijo Paul a Gilberto.

Gilberto volteó a ver a donde había señalado Paul y en efecto vio a Marcos a quién le estaban checando la presión, a María le estaban dando oxígeno y Alex estaba desvanecido en una camilla donde trataban de despertarlo. Gilberto corrió a donde estaban ellos y al llegar a donde estaba Alex soltó unas cuantas lágrimas.

—¿Va estar bien? —Preguntó Gilberto al paramédico.

—Sí, solo se desmayó por la impresión —respondió el paramédico.

Gilberto se acercó aún más a Alex y le dio un beso en la frente mientras seguía soltando lágrimas. Gilberto se acercó a su oído.

—Lo siento —dijo Gilberto con sentimentalismo.

Alex despertó y le soltó una sonrisa. Gilberto se sintió aliviado y supo que no podía imaginarse el mundo sin sus amigos.

 

Y mucho más al sur de la ciudad, Ana y Jesús por fin habían decidido contármelo todo, desde quién era en realidad Joaquín y lo que había hecho con todas las personas asesinadas los últimos meses. Simplemente no lo podía creer, sabía que estuvo mal que Ana hubiera fingido su muerte para afectar a sus ex pero por otro lado ella había sido una persona que había sufrido mucho desde hace tiempo.

—Pero no fue tu culpa —le dije después de contarme lo de su papá—. Él solo te quería defender de los golpes de tu padre, hizo lo que cualquier hermano haría, te defendió.

—Pues mi mamá no pensó de esa manera, o quién sabe, quizás si no nos hubiéramos escapado de ese lugar, ella no hubiera levantado cargos contra nosotros. Qué lo dudo.

—No lo sabía Ana. Lo siento —dijo Jesús.

Y justo en ese momento, sonó su teléfono móvil.

—Hola señorita soy yo Joaquín. Solo llamó para despedirme, sé que te has robado el auto y bueno espero que tengas un muy largo viaje por que si te detienes, podrías volar en mil pedazos —dijo Joaquín y colgó.

—¿Hola? —Dijo Ana— ¡¿Hola?! Maldita mierda.

—¿Qué sucede? ¿Quién era? ¿Tienes señal en tu teléfono? ¡Hay que llamar a la policía! —Le dije.

—Creo que ya es muy tarde para eso. Mi vida siempre estuvo rodeado de drama, desde que iba a la guardería hasta hoy en día, siempre supuse que iba a terminar de este modo o de algún modo similar. Ha llegado la hora muchachos —dijo Ana.

—¿La hora? ¿La hora de que o qué? —Pregunté.

—Tienen que bajar del auto ya —respondió Ana.

—Pero ven con nosotros, esto se puede arreglar, no todo está perdido. Vamos Ana, deja el auto aquí y que exploté solo —dijo Jesús.

—No. No, no puedo, en serio muchachos bájense.

Dijo Ana entre algunas cuantas lágrimas que se limpió de inmediato para que no lo notáramos.

—¿Estás segura? —Pregunté.

Ana asintió con la cabeza pero parecía como si no se quisiera detener para dejar que nos bajáramos. Ana seguía conduciendo y Jesús y yo la miramos esperando a que frenara.

—Bueno entonces… déjanos bajar —dijo Jesús.

—Pues bájense, ¿Qué? ¿Los estoy agarrando o qué?

—Pues, no, pero parece que no tienes intención de detenerte. Ana, ¿Hay algo más que no nos has contado verdad?

—¡Miren! Cuando pase cerca de aquellos arbustos ustedes van a saltar y así será menos dolorosa la caída, ¿Estamos? —Propuso Ana.

—¿Qué? ¡No! ¡Pero! ¿O sea cómo? ¿Quieres que salgamos del auto mientras aún está en marcha? —Pregunté—. Sí que estás loca.

—Jamás vuelvas a llamarme loca —dijo Ana—. Prepárense para saltar, es mejor conseguir algunos cuantos rasguños que morir en una explosión de un coche bomba.

—Entonces ven con nosotros —dijo Jesús.

—¡Ya no pierdan más el tiempo! ¡Háganlo ahora! —Exclamó Ana.

Jesús y yo abrimos las puertas y miramos con miedo el suelo. Jesús fue el primero en arrojarse y después fui yo, antes de saltar del auto le solté una sonrisa a Ana y ella me la respondió. Ambos sabíamos que al fin ella conseguiría la paz que había estado buscando durante toda su vida. Al fin salté y conseguí solamente torcerme el tobillo y unos cuantos arañazos. Me fui inmediatamente a ayudar a Jesús a que se levantara ya que con tantas heridas previas me preocupaba que siguiera siquiera con vida. Llegué a donde estaba acostado y le ayudé a levantarse y fue ahí cuando vimos cómo el auto de Marcos caía en un barranco en caída libre. Ana no había cambiado de opinión y desapareció con el auto que haría explosión unos cuantos segundos después de haber caído. Y así acabó la vida de Ana.

—Siempre le gustó ser el centro de atención. Siempre andaba caminando por las calles caminando con esa manera tan de una mujer educada, nunca se vestía mal y siempre era la persona más cómica en cualquier fiesta. Se alegrará al saber que mañana por la mañana estará en todos los periódicos más importantes del país. Buen viaje Ana, salvaste más vidas que la que perdiste —dijo Jesús.

—Vaya suerte la nuestra, —dije—, olvide mi teléfono en el auto.

Miramos a nuestro alrededor y no había ninguna señal de vida. Solo había un letrero que indicaba que estaba próxima una estación de gasolina así que no nos quedó más que caminar y caminar y mientras caminábamos, Jesús me contaba todo lo que había pasado desde que desapareció y que no fue su intención haber dicho la dirección donde vivía Marcos, le dije que eso era lo de menos por qué pasara lo que pasara, Marcos siempre se salía con la suya, incluso cuando su vida estaba corriendo peligro. Al fin llegamos a la estación de gasolina donde inmediatamente los trabajadores nos ayudaron a mí y a Jesús e hicieron una llamada para que alguien pasará a recogernos y cuando al fin apareció un autobús de pasajeros con destino a la ciudad no dudamos en tomarlo, bueno, al menos yo no dudé, ya que Jesús tenía otros planes en mente.

—Andy, dile a Adriana que lo lamento, pero debo irme un tiempo, no me puedo regresar a la ciudad sabiendo que Joaquín está libre y que sabe dónde vivó. Pero dile que volveré —me dijo Jesús.

—¿Estás seguro? Podríamos ir a la policía y contarlo todo, esto no se puede quedar así y menos ahora que sabemos que él es el asesino en serie que han estado buscando —le dije.

—Tú hablarás con la policía y les contarás todo lo que has estado escuchando, en mi departamento hay pruebas que demuestran que él es el asesino, búscalas, estoy seguro de que Ana también tendrá algunas pruebas que lo demuestren en su casa.

—¿Van a subir o no? —Preguntó el chofer.

—¡¿Te importa?! —Le dije al chofer, este se enfureció y puso nuevamente en marcha el autobús yéndose.

—Acabas de perder tu autobús —dijo Jesús.

—Ya pasará otro —le dije—. Cuídate mucho Jesús, espero algún día volver a verte, no sé cómo se tomará Adriana la noticia.

—Créeme que nos volveremos a ver —dijo Jesús y se fue.

Y ahí estaba yo, completamente solo igual que en un principio. No era tan malo, después de todo lo único que había perdido había sido un novio y quizás algunos amigos, pero había algo que aún me quedaba y era algo que nunca perdería y que siempre estaría ahí para mí y para cualquiera, mi ciudad. Y mientras caminaba por la orilla de la carretera con la luz de la luna, recordé que Alberta me había dado un regalo esa noche, no sabía si consumirlo o no consumirlo, pero después de todo, ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Perder algo más? Lo dudo, lo único que quería perder por ahora eran mis problemas, problemas de los que por más que queramos no podemos escapar de ellos, siempre están ahí recordándonos ciertas cosas cómo, ¿Estará bien acostarme con mi amigo sabiendo que a mi otro amigo le molesta? ¿Estará bien mi bebé después de ese terrible accidente? ¿Podremos sobrevivir sabiendo que quizás podremos jamás encontrar a alguien quién nos ame? Bueno, las respuestas a esas preguntas no existen, ya que el tiempo mismo es el que nos va mostrando si estábamos en lo correcto o no y también nos va recordando que pasé lo que pasé siempre hay una solución para todo, claro, una solución para todo excepto para la muerte. Quizás si estoy solo y lo estaré por mucho tiempo, pero, ¿A quién le importa? Siempre hay que caminar con la frente en alto con una expresión qué les diga a los demás ‘‘¡Jódete, soy el mejor!’’.


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